martes, 23 de mayo de 2017

Situación de la mujer española en los siglo XIX y XX



Situación de la mujer española en los siglos XIX y XX
            En España la existencia de una sociedad agraria, con escaso desarrollo industrial, con una fuerte influencia de la Iglesia Católica y fuertes jerarquizaciones de género en todos los ámbitos de la vida social, dio lugar a que el feminismo tuviera durante el siglo XIX una menor presencia e influencia social que en otros países.
            El matrimonio suponía para la mujer la obligación de obedecer al marido, como recogía el Código Civil que castigaba la desobediencia con 5 y 15 años de cárcel. Además, las mujeres tenían que residir con sus maridos y no podían abandonar el hogar sin su permiso.
            Las condiciones de vida de la mujer trabajadora, obrera y campesina, eran muy duras porque además de trabajar muchas horas cobraban un salario más bajo que los hombres. Las mujeres burguesas empezaron a reivindicar, a partir de 1868, un mayor acceso a la educación porque la mayoría de ellas eran educadas en casa por institutrices o profesores particulares.
             En un país en el que la política estaba en manos  de una minoría social (voto censitario) y en el que las prácticas electorales (adulteración de las elecciones) y el protagonismo del ejército (pronunciamientos) marcaban la dinámica política,  el feminismo pionero no se centró en reivindicaciones políticas, como el derecho de sufragio, sino que se basó en demandas sociales, buscando el reconocimiento de sus roles sociales como tal género femenino (maternidad y cuidado de la familia) y en la exigencia de los derechos civiles.
            Las dos grandes figuras del feminismo del siglo XIX y principios del XX son Concepción Arenal (1820-1893) y Emilia Pardo Bazán (1851-1921). La escritora gallega Emilia Pardo Bazán denunciaba en la España Moderna (1890) que los avances culturales y políticos logrados a lo largo del siglo XIX (las libertades políticas, la libertad de cultos, el mismo sistema parlamentario) sólo habían servido para incrementar las distancias entre sexos, sin promover la emancipación femenina. La penalista Concepción Arenal insistió en múltiples escritos en que el papel de madre y esposa eran fundamentales en la vida de las mujeres, pero subrayando que la experiencia de la vida femenina no podía centrarse en el ejercicio exclusivo de ese rol. Además, en 1918 se creó en Madrid la Asociación Nacional de Mujeres Española (ANME), formada por mujeres de clase media, que contó con dirigentes como Clara Campoamor y Victoria Kent, que plantearon la demanda del sufragio femenino.
            En el terreno educativo fue donde más avanzó el feminismo español. Las iniciativas del Krausismo tras 1850 y de la Institución Libre de Enseñanza (1876) buscaban un avance en la educación, la enseñanza y la cultura femenina. No obstante, el modelo varió poco y en las escuelas, con la Ley Moyano, se siguió trasmitiendo pautas de comportamiento basadas en la función doméstica de la mujer. Concebida como “ángel del hogar”, su labor debía dedicarse en exclusiva a los quehaceres domésticos y al cuidado de la familia. La primera noticia del interés de la mujer por los estudios superiores es del 2 de septiembre de 1871, cuando Mª Elena Masseras consigue un permiso especial del Rey Amadeo de Saboya para realizar estudios de segunda enseñanza y poder continuar en la Universidad. Mª Dolores Aleu Riera es la primera mujer que realiza el examen de grado para obtener una Licenciatura, en Medicina, el 20-4-1882, seguida en el mismo año por Martina Castells Ballespi y Mª Elena Masseras Ribera, todas por la Universidad de Barcelona. La presencia de mujeres en la Universidad española durante el siglo XIX es, por tanto, prácticamente anecdótica y, además, parte de las alumnas no acabaron la carrera. El reconocimiento oficial del derecho a la educación superior no se produjo hasta 1910.
            A lo largo de todo el siglo XIX, el analfabetismo femenino se mantuvo en tasas enormemente altas que rondaban el 70% en muchas zonas a fines de la centuria. Todavía a fines del siglo XIX, la subordinación de la mujer era justificada basándose en una supuesta inferioridad genética: la función reproductora convertía a la mujer en un ser pasivo, inferior, incompleto, y, en resumen, un mero complemento del hombre, es decir, del ser inteligente. En el caso español, hasta principios del siglo XX no se puede hablar con propiedad de un movimiento colectivo de emancipación femenina.
            En la primera mitad del siglo XX, el absentismo escolar siguió siendo muy alto entre las niñas que pertenecían a las capas populares y proletarias porque muy pronto debían trabajar en el campo, en la industria o en el servicio doméstico. En lo que concierne a la mayoría de las familias de clases medias, consideraban “más rentable” invertir en la formación de sus hijos varones, convencidas de que las chicas recibían de sus madres la mayor parte de los saberes que iban a necesitar en su vida adulta.

            En la década de los treinta, las mujeres que cursaban estudios secundarios representaban el 26,7 % del alumnado matriculado y algo menos del 5% entre los universitarios.
            En el primer bienio de la II República (1931-33), la educación se convirtió en prioridad. La acción del gobierno durante el bienio republicano-socialista favoreció la educación femenina. Se igualó la matrícula de niñas y niños y algunas figuras ilustres, como Rosa Sensat, dignificaron los conocimientos femeninos. Pero, sin duda, el cambio de mayor calado en estos años consiste en que, por primera vez, se acepta con naturalidad que la titulación universitaria de las mujeres puede implicar un ejercicio profesional. Aparecen las primeras profesoras de bachillerato, inspectoras de educación, profesoras contratadas por la Universidad. Hubo también una reivindicación del sufragio femenino. Destacadas activistas feministas serán Carmen de Burgos, Clara Campoamor, Margarita Nelken, Victoria Kent… Destacar a Clara Campoamor, abogada y diputada del partido Radical y que en 1931 como presidenta de la organización sufragista, la Unión Republicana Femenina, defendió el sufragio femenino en el debate de las Cortes Constituyentes de la República.

            La victoria de Franco en la Guerra Civil implicó la restauración del sentido tradicional de la familia. Se derogan las leyes civiles de la etapa republicana y la Iglesia restablece el control sobre la enseñanza. La Sección Femenina se convierte en elemento de transmisión del papel secundario de las mujeres en la sociedad al tener en sus manos una parte importante de la formación de las futuras maestras: economía doméstica, labores, música y formación política y social, además de la educación física. Se vuelve a la separación de sexos en las aulas y a una educación diferenciada reflejo de las diferentes funciones sociales de hombres y mujeres.
                        Los cambios económicos y sociales de la década de los sesenta están en la base de La Ley General de Educación 14/1970, Ley Villar Palasí, de 4 de agosto, que provocará cambios de envergadura en la educación española. La Ley se basaba en el conocido popularmente como el Libro Blanco de la Educación de 1969 que señalaba como uno de los mayores fallos que presentaba el sistema educativo español la escasa participación que en él tenía la mujer. La nueva Ley reconoce la igualdad de oportunidades en materia educativa para hombres y mujeres y rompe con la tradición franquista de la segregación por sexos. Se establece la escolarización mixta (aunque hay que esperar hasta el curso 84/85 para que tenga carácter obligatorio) y niños y niñas cursarán un mismo currículum, con el mismo profesorado y en los mismos espacios escolares. Por otro lado, la escolarización será obligatoria hasta los 14 años para niños y niñas.
             

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