EL LIBERALISMO (IDEARIO Y CORRIENTES) Y LA OPOSICIÓN AL MISMO
El
liberalismo es una corriente de pensamiento político, económico y social que aboga
por el desarrollo de las libertades individuales, el progreso de la sociedad,
y el establecimiento de un Estado en el que todos los seres humanos estén sometidos
a las mismas leyes.
El liberalismo aspira a la eliminación de las
características propias del Antiguo Régimen, a la vez que pretende construir
otra sociedad basada en los principios liberales.
En
lo político, la Constitución se
erige como la norma reguladora de la vida pública. Se rechaza la monarquía
absoluta y se apuesta por la monarquía constitucional. Se eliminan los
privilegios de la nobleza y el clero, así como el régimen señorial. Se
proclaman los derechos del individuo y la soberanía nacional, se establece la
división de poderes y el sufragio universal (masculino). Se formula la nación
como conjunto de los españoles, con igualdad de derechos políticos y como
depositaria de la soberanía nacional. El liberalismo aboga por un Estado
unitario y centralizado.
En
lo económico, defiende la propiedad
privada libre y plena, se rechazan los bienes vinculados (mayorazgos) y los
comunales, se aspira a la libertad de comercio e industria, a la libertad de
contratación de los trabajadores y a la fiscalidad común. No se rechaza la
religión, pero se tiende a limitar el poder económico de la Iglesia y aflora el
anticlericalismo.
En
1808 estalló en España la Guerra de la Independencia contra el ejército francés
de Napoleón Bonaparte. Esta guerra permitió iniciar el primer proceso
constitucional de la historia de España. La obra más importante de las Cortes
de Cádiz fue la Constitución de 1812, que establecía por primera vez en España
una monarquía constitucional. Se abolieron los derechos feudales, la
Inquisición, la Mesta, la tortura; se promulgó la libertad de prensa, la
libertad de trabajo, se suprimieron las pruebas de nobleza y de limpieza de
sangre. Se estableció la
Milicia Nacional, fuerza de civiles armados para defender el
nuevo orden constitucional. También se inició una primera desamortización de
los bienes del clero; y se transformó
en propiedad privada los bienes de
propios, realengos y baldíos de propiedad municipal.
En
las Cortes de Cádiz se impuso la ideología liberal, cuyos rasgos pueden
resumirse en el rechazo de las formas absolutas de poder; el traspaso de la
soberanía del rey a la nación y la defensa de las libertades individuales y el
derecho de propiedad privada.
Sin
embargo, las reformas recogidas en esa Constitución tuvieron escasa vigencia,
pues Fernando VII abolió la obra legislativa de 1812 en mayo de 1814 al volver
a España. Inició una dura represión contra los liberales y obligó a muchos de
ellos a exiliarse, y restauró el Antiguo Régimen. Los pronunciamientos
militares durante los seis primeros años del reinado de Fernando VII
(1814-1820) fueron frecuentes para reponer el sistema constitucional. Uno de
esos pronunciamientos, el de Rafael Riego en enero de 1820, dio paso a una
nueva etapa, el Trienio liberal. El
rey tuvo que acatar la Constitución de 1812. Pero dos problemas dificultaron la
labor de los gobiernos liberales: por una parte, la actitud reaccionaria del
propio monarca, y por otra parte, la división
del grupo liberal en dos facciones, la moderada, partidarios de entenderse con el rey,
sufragio censitario, defensa de la propiedad y el orden, y la
exaltada o radical, que pedía
soluciones más radicales como el sufragio universal, la libertad de opinión, el
control parlamentario del gobierno y la aplicación avanzada de la Constitución. Nacía el germen de los
partidos políticos que, junto a las Sociedades Patrióticas, centros de reunión
y de discusión política, preparaban el clima de lucha ideológica del siglo XIX.
Con la muerte de Fernando VII en 1833 comienza
la decisiva transformación de la sociedad española con la implantación del
Estado liberal.
La
ley de la Pragmática
Sanción impuesta por el monarca en contra de los partidarios
de su hermano, Carlos Mª Isidro, posibilita la subida al trono de Isabel II. Desde ese momento
España se divide en dos grandes grupos: los partidarios de Isabel y su madre, la regente Mª Cristina,
(llamados cristinos o isabelinos), representantes del liberalismo, y los que apoyan a Carlos Mª Isidro (los
carlistas), defensores del absolutismo y de los privilegios. El carlismo se caracteriza por su
antiliberalismo, niega la soberanía nacional y defiende el sistema foral frente
a la centralización liberal. Los carlistas encontraron apoyo en el medio rural,
donde las masas campesinas fueron el principal apoyo social; se oponían a los
cambios que el liberalismo introducía, sobre todo en la propiedad colectiva.
También encontró apoyo en los artesanos, la pequeña nobleza, parte de la
jerarquía eclesiástica y del bajo clero. Desde el punto de vista geográfico, el
carlismo se extendió por Vascongadas, Navarra, Cataluña, Aragón, Valencia,
Galicia y Castilla la Vieja.
La
Primera guerra carlista (1833-40) concluyó con el triunfo de los partidarios de Isabel
II, lo que no evitó, sin embargo,
la división de los liberales durante su reinado: liberales
moderados, que aceptaban la soberanía compartida entre la Corona y las
Cortes y sufragio censitario muy restringido, liberales progresistas que
rechazaban la intervención de la Corona, defendían que la soberanía debía
residir sólo en las Cortes, proponían un sufragio más amplio, y garantizaban las libertades
individuales, y liberales radicales
que defendían la soberanía nacional plena, la ampliación sustancial del
sufragio, y abogaban por la participación popular en el gobierno local y
provincial y cuyo referente era la Constitución de 1812.
(Explicar
la labor legislativa de la Regencia de Mª Cristina, de la Década Moderada y del
Bienio). Para concluir el tema, leed la conclusión final.
En conclusión, en el tercio central del siglo XIX (1833-1874) se
produjo en España la construcción del Estado liberal. El triunfo del
liberalismo sería fruto de un compromiso
entre las nuevas élites burguesas y las viejas élites políticas del Antiguo
Régimen por lo que a lo largo del siglo XIX, el liberalismo español se mostró
incapaz de establecer un Estado liberal sólido. La ruptura del liberalismo en
dos tendencias o partidos irreconciliables, moderados y progresistas, que se
disputaron el poder entre 1834 y 1874, no por medio de las urnas sino mediante
el recurso a la fuerza, el pronunciamiento militar y la revolución popular,
impidió la creación de un sistema político estable.
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